lunes, 30 de mayo de 2011

Domingo en el Hospicio

      
           Llueve.

          Es domingo.Me levanto rutinariamente y con un ojo
   miro a travès del cristal.

           Techos mojados,
         descoloridos.
           La parte alta
      del frente de las casas.

         Prohibidos los ingresos.

    Hubiera muerto esta mañana de no escribir.

    La soledad me ahoga,
me toma con sus manazas por el cuello,
de atràs,
se me instala.
   Me reduce los huesos.

   En cambio la palabra,
su magia irreverente.

   No hay nadie.
Nadie nos vigila.

   Entonces hablo mentalmente
con todos mis queridos.
   Le preparo la leche al màs pequeño.
   Agua para Angela.

   Angela no toma nada en las mañanas.

   Y mis muertos.

   Y mis vivos,

   recorriendo conmigo este domingo gris en el Hospicio.

   Tambièn las medicina
suele darse feriados los domingos.
   Tambièn las enfermeras
y los locos que duermen.

    Y Alberto,
mi amigo de la nicotina,
no ha venido siquiera
para golpear mi puerta,
no ha venido
para pedirme aùn su cigarrillo.


   Làstima.
   Làstima.
Hubiera sido lindo un ruido al menos.
Pero hasta los ruidos han quedado lejos.


   Yo no quiero morirme.
   Yo no quiero morirme y que el silencio
se lleve el privilegio del rito.

    Yo no quiero morirme.

    Me levanto,
abandono la pluma y me pongo a danzar en el silencio.

    Primero despacito,
despacito,primero,en la penunmbra,
casi conmigo misma.

   Despuès
a grandes pasos,
asì,
maravillosamente
conozco todas las danzas de la tierra.


Y trato de cantar.

Sonidos guturales me salen desde adentro.

Y trato de cantar.

Pero no importa.
No importa que no pueda.

Alzo la voz
y en un crisol despierta despacito
el loquero.

Se asoman asombrados.

Es la loca que escribe poesìa la del lìo.

Y se rìen.
Se rìen.
Y yo rìo con ellos.

Por lo menos despertamos cantando
lo que no es una constante en el Hospicio.


Lentamente los llevan.
Lentamente vuelve el pasillo
a su silencio de antes
y vuelvo,lentamente,
yo tambièn a mi pieza.

Tomo un vaso de agua.

Brindo por mis muertos y por mis vivos.

Y comienzo a llorar.

Lenta,
despaciosamente,
me meto la sal de todas mis làgrimas para adentro,
me sorbo los mocos,
me golpeo las sienes que palpitan,
y me quedo
a vivir.

Aunque llueva
y domingue en el Hospicio,
yo estoy
viva.

Todavìa.

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