lunes, 30 de mayo de 2011

Ana

   No necesitaba desnudarla par poseerla.

   Era de èl.

   Le pertenecìa desde la punta de los pelos hasta la planta de los pies.

   Por eso habìa venido.

   Caminaba lentamente.

   Le gustaba descubrirla cada vez que èl concertaba el encuentro.

   Acariciaba con los ojos el pelo negro,ondeado.Le corrìa el mechòn que le cubìa la cara y la miraba largamente.

   Deleitosamente.

   Despuès,la besaba.

   Con los ojos cerrados,apretados,apoyaba sus labios calientes sobre la boca que se le ofrecìa entreabierta.La lengua iba y venìa acariciando los dientes perfectos,el paladar,queriendo penetrar hasta la garganta,hasta las entrañas de la vida misma.

   No hubiera podido precisar cuànto tiempo duraba el tiempo de los besos.

  Pero era lo que màs le gustaba.Lo que màs lo exitaba.

   Por eso èl trataba de que fuera largo.Largo.

   Despuès,se confundìa.Se le mezclaban los sentidos.

   Siempre le ocurrìa lo mismo.

   La piel encima de la cara,la sal en la boca,los pies clavados en el piso,las piernas tensas y la transpiraciòn por todos los poros de su continente.

    La amaba.

    La amaba con locura.

    Y los encuentros se habìan hecho diarios,permanentes.Eran otra droga.

    Y le pedìa sin hablar que lo tocara,que abriera bien las piernas,que murmurando le contara cosas,y ahì estaba ella.

     Ana.

     Ana.

     Ana

     Mil veces Ana.

     Ya no la veìa.Temblaba.

     Todo giraba en estertores y el no poder eternizar el momento,lo llenaba de làgrimas.

     Y entonces,sì.,las manos como trebolares infinitos,se llenaban de semen.

     De un semen abundante,espeso,,caliente,que pegaba contra las canillas y se desmoronaba lentamente contra la losa cuarteada y amarillenta del lavabo,mientras los golpes en la puerta le anunciaban que era la hora del pròximo electroshock

 

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